Han pasado 139 días o casi 5 meses tras mi última aparición en un evento musical. Ayer pude quitarme la espina tras un parón inaudito. Quienes están acostumbrados a pisar diferentes eventos y de tamaño variado a lo largo del año saben de lo que hablo, ya que esto se ha hecho especialmente duro.
Ayer tuve la oportunidad de presenciar, al fin, un nuevo concierto. En este caso se trató de un evento especial ya que fue un concierto de jazz en un lugar idílico: los alrededores de un monasterio rodeado de vegetación y apenas unas pocas viviendas.
Siempre he sido un asiduo al evento, aunque este año, dadas las circunstancias, pensaba que no se iba a celebrar. Sin embargo, he tenido la oportunidad de asistir y no la pude dejar pasar.
Así empezó la brillante sesión con la que nos deleitó Miguel Lamas Quartet. Este grupo, formado por grandes músicos de la escena del Jazz, cuenta en la batería con Miguel Lamas. Para los que no lo conozcan, es uno de los músicos más reputados del mundo de la música en el panorama nacional.
Formando el cuarteto estaban: Iago Mouriño (teclados), Pablo Añón (saxofón), Octavio Vargas (bajo) y Miguel Lamas (batería).
Sin duda fue un concierto espléndido y lleno de improvisaciones fantásticas, las cuales estuvieron a la altura de pocos músicos. Con un estilo atrevido fusionaban Smoke On The Water y Night in Tunisia, un estándar de jazz de Dizzy Gillespie y otras canciones compuestas por Iago Mouriño realmente buenas y vibrantes.
Metiéndome con el nuevo contexto de los directos, diré que en un concierto de jazz lo normal es estar sentado y concentrado en lo que se está desarrollando en el escenario. Por tanto, las nuevas medidas que existen actualmente (que ya comentamos en uno de nuestros anteriores artículos) eran relativamente imperceptibles.
Considero que las medidas son eficaces si se es estricto y no se toman a la ligera. Sin embargo, en un concierto de cualquier otra índole, las medidas quitan las ganas de asistir. Es casi imposible hablar en la distancia con tus compañeros, te sientes hasta aislado y el uso de la mascarilla brilla por su ausencia. Es difícil mantenerla puesta durante mucho tiempo porque es incómoda y además es incompatible con beber y fumar (no es una justificación, es un hecho).
De todas maneras, aunque echemos de menos los mosh pits durante una buena temporada, el metal no puede permanecer inactivo y debe adaptarse a estos tiempos aciagos para la cultura.
Mis sensaciones con las nuevas medidas para los conciertos (sentados, con mascarilla y separado de los demás) son soluciones que, aunque sean necesarias, castigan especialmente al metal, donde nadie ha visto un concierto ni quieto ni sentado en su vida.
¿Y tú? ¿cómo llevas el parón de conciertos? ¿has podido quitarte el gusanillo con alguno? Coméntanos en los comentarios o en nuestras redes sociales, ¡te leemos!