Bala en directo en la sala El Sol de Madrid.

Crónica Bala + MINIÑO. 21 de julio. Sala El Sol (Madrid)

La semana pasada estaba yo convencida de que tenía controlada la agenda de conciertos del mes en Madrid. Aun así, algo me empujó a echar un vistazo y bendita decisión: descubrí que Bala se dejaba caer por El Sol en el que sería su último concierto en sala en España perteneciente a la gira de su último trabajo, Maleza.

Bala es un dúo que, a estas alturas, necesita poca presentación. Dos gallegas arrolladoras con muchísimo rodaje, innumerables directos, tres álbumes de estudio en su haber y un cuarto en el horno. Batería y guitarra se bastan para colmar de stoner todo cuerpo que se ponga por delante.

Como teloneros las acompañaban MINIÑO, una formación tan reciente como que se remonta a 2021. Sin embargo, sus miembros ya cuentan con un recorrido musical a sus espaldas ya que proceden de experiencias previas, como lo son las bandas Twice y ZERO!. Podríamos enmarcarlos en la escena del indie, con una propuesta sonora cercana por momentos al noise pop. Melodías pegadizas, bien de overdrive y líneas vocales poperas que se entretejen con otras de griterío son los ingredientes de la propuesta sonora de estos cuatro jóvenes.

MINIÑO

Sobre las diez menos cuarto, arrancaban estos cuatro mozos y calentaban un ambiente en el que se sentía ya la presencia de un fenómeno fan incipiente. La entrega de la banda era absoluta: el gozo que transmitían, la interacción entre ellos… era visible que se lo estaban pasando en grande y que se habían convertido en los dueños del escenario.

Me gustó especialmente que las dos guitarras y voces decidieron colocarse en el escenario una frente a otra, algo de lado con respecto al público en lugar de enfrente a este. Un gesto tan simple puede estar lleno de significado y es que todo importa en un escenario. Ellos priorizaron el contacto entre sí, su comunicación interna, el poder mirarse a los ojos al tocar, y de ahí, saltaba al público. Creo que funcionaba.

Siempre es atractivo cuando una banda te ofrece en directo algo más que quizá no esperabas dado lo que ofrecen desde estudio. A MINIÑO esto se les da bien y tienen identidad como para llenar el escenario. Su proyecto en vivo sonaba más sólido e intenso, había una capa más, y la actitud derrochada cerraba el círculo. Es cierto que quizá el público de Bala no sea exactamente su público objetivo pero, al mismo tiempo, estoy segura de que mucha gente que estaba allí supo apreciar su talento aunque no fuese estrictamente dirigido a nosotros. Y que mezclar géneros y posturas distintas siempre es bien. Nunca resta.

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Miniño

BALA

Las gallegas no se hicieron de rogar, y el público, hambriento, esperó paciente sin abandonar la sala, cosa que suele ser habitual, pero esta vez parece que había una sed especial. Me ubiqué en pleno meollo y ya desde la primera frase de batería aquello sonaba como los ángeles: qué sonido colmado, que rellenaba todo hueco, qué de resolución, de convicción; qué forma de tocar, seguras, de que lo que hacen es auténtico, es de verdad. Con Bala ni hay medias tintas ni hay pose. Lo que ves es lo que hay. Y lo que se ve es hermoso.

Solo bastaron los dos primeros temas para que se caldease el ambiente y ver claro que debía apurar mi cerveza, asegurarla en la repisa y volver a entrar al minipogo que se formó en las primeras filas más rápido que canta un gallo. Desde ese momento supe que iba a ser uno de esos conciertos en los que la mayor parte del tiempo te entregas a los guantazos, a la dimensión más visceral de la música, más intuitiva, más emocional, y si la gozas es que está siendo un fantástico directo y no hay mucho más que analizar. Y la gocé. El fulgor era tal que, por un momento, me pareció que aquello sonaba demasiado alto y me convencí de que había perdido los tapones, pero afortunadamente ahí seguían.

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Bala

Digo minipogo porque lo cierto es que, lamentablemente, la Sala El Sol no da para mucho más. Tiene una planta rara, como en forma de ele, quedando el escenario en el vértice. De esta manera queda bastante espacio a los lados del escenario, pero las primeras filas disponen de poca área, limitada por un cercano pilar que está todo el rato acechando y que, creo, no permite que la cosa se anime mucho más. Si has estado en esta sala creo que sabrás a lo que me refiero; también es cierto que aún no he visto géneros más extremos en este garito así que no sé cuánto se llegan a estirar las posibilidades de este espacio. Lo averiguaremos.

El set estuvo principalmente compuesto por temas de su último trabajo pero también hubo varias antiguas glorias, como el caso de Omertá, que nos hizo vibrar por encima de lo normal. Hemos de señalar que las voces no estaban finas ―es la única pega que ponemos a este directo―, y aún así no fue un impedimento para que Anxela y Violeta diesen un espectáculo memorable.

Especialmente radiante es ver a esta última tocar la batería… Había montado la mía justo veinticuatro horas antes de ver a Bala en directo y poco tiempo me había dado para aporrearla por primera vez. Qué maravilla ese ride gigante que lleva en su set y su energía y su talento. La miraba hacerla sonar, con el pelo literalmente chopado, empapada en sudor, equipada con sus rodilleras y la imagen era fascinante. Alguna vez la he escuchado decir por ahí que lo suyo no es para tanto pero yo la miraba y pensaba “ojalá algún día tocar la batería la mitad de bien que la toca Violeta”.

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Y es que referentes femeninos es lo que no faltaron en este día y esto es algo que me hizo salir de allí realmente eléctrica. Hacia el final tocaron Bessie, ese tema de atmósfera doom dedicado a la motera afroamericana Bessie Stringfield, que en los años treinta del siglo pasado se recorrió Estados Unidos en su moto y dedicó su vida a básicamente lo que le dio la real gana, teniéndolo todo en contra. Fue hermoso que Anxela contó que ese mismo día su hija cumplía 16 meses y se la dedicaba a ella en la distancia. Break free, Bessie, break free.

Mientras tanto, la onda que reinaba en la sala era maravillosa, un ambiente envidiable, lleno de respeto y amor a lo que estaba sucediendo y era apreciable que ellas estaban flipando y disfrutando del arrojo que traía el público de este bolo. Y es que las salas ya sabemos que son especiales: nos ofrecen una experiencia tan cercana que es insuperable en ningún otro contexto. Así, y dado que el concierto quedaba enmarcado en el ciclo #culturadesala, iniciativa de ACCES, no faltó el llamamiento a apoyar nuestra red local de salas, que tan duramente están soportando el envite provocado por los festivales.

Ya llevaba rato empapada en sudor y barnizada no solo de mi propio olor sino también del de veinte personas más cuando tuvo lugar ese broche de oro. Anxela bajó del escenario, a cantar la última parte entre el público del tema Humo (si no recuerdo mal). Aquello fue el mejor cierre posible: tenerla literalmente a menos de un metro, berreando, en ese círculo de contención que por un lado desearía reventarlo todo pero al mismo tiempo se balancea con el acierto justo para protegerla, y así estuvimos todo ese rato en una tensión galopante que ni en la cuerda de un funambulista.

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En contra de mi voluntad acababa aquello y no podía sentirme más dichosa. Ya fuera, el frescor cabalgaba, generoso e inusual, por aquella noche madrileña de julio y empezaba a sentir el hormigueo que le sigue a las cosas buenas. Caminaba por la calle saboreando el espectáculo de estas dos mujeres poderosas al que había asistido rodeada también de tantas tías, si bien en el pogo, pocas ―mujeres coretas del mundo, si os gustaría entrar en las ollas, hacedlo, ese espacio también es vuestro, también os pertenece― y pensaba en la suerte que tenemos hoy de vivir esta vida más libres que la que vivieron tantas otras que nos preceden. Y lo que queda, porque esto no ha hecho más que empezar. Por Bessie y por todas las demás.

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